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EN CONSTRUCCIÓN

UN ESTILO DE COLLAGE

Xavier Barral I Altet

Se nos ofrece en estos dias una nueva exposición del singular artista madrileño Miguel Peña, compuesta por obras realizadas integramente con aportaciones de collage. El interés de su técnica, la calidad de su trayectoria y la originalidad de su pintura me hacen detenerme hoy, monograficamente, para hablar de uno de los últimos artistas que han hecho del collage una parte esencial de su arte.

Collage quiere decir ensamblar trozos, materias, recortes y todo aquello que pueda dar volumen, sueño y realidad a la pintura más allá del dibujo y el color de los pinceles. El collage hecho con papeles ensamblados, papeles rasgados, papeles recortados, es un capítulo aparte del arte del siglo XX. Ya en 1912 Braque y Picasso se cuestionan la representación clásica del espacio al introducir papeles pegados en la pintura. Este camino lo han seguido muchos artistas durante todo el siglo, desde Josef Beuys hasta Migel Peña, describiendo increibles actitudes plásticas e intelectuales que han abierto caminos exitosos al arte y a los artistas.

Los futuristas pegaban trozos de papel para sugerir el ruido y la agitación de la ciudad, Hans Arp describio las leyes del azar para ordenar sus fragmentos, mientras que los suprematistas tambien usaban este estilo o técnica. El collage era preferido por Duchamp, Picabia y Man Ray, los dadaistas e incluso Kurt Schwitters en Hannover, cuando desde 1919 comenzo a reunir toda clase de elementos encontrados por la calle para hacer unos teatros íntimos y unas obras deliciosas y construidas. La poesia de Max Ernst y el arte de los surrealistas estan hechos en gran parte de collage. Matisse se recorto aguadas y renovo una técnica que a inicios de los años cincuenta todavía gustaba. En Estados Unidos diversos artistas mezclaron la pintura y el ensamblaje, mientras que en Europa otros, como Erró, acumulban hasta el exceso trozos de todo en sus cuadros. Todos recordamos en nuestra tierra la cruz de papel de periódico, de Antoni Tapies (1946-47), asi como las obras de Clavé, Chillida o el mismo Rafols-Casamada.

Ya lo dijo en 1931 Tristan Tzara: " El papel pegado, desde cualquier aspecto, marca en la evolución de la pintura el momento más poético, el más revolucionario, la salida delicada hacia hipotesis más posibles, una mayor intimidad con las realidades cotidianas, la afirmación invencible de lo provisional y de los materiales temporales y destruibles, la soberanía del pensamiento".

El collage es revolución, una nueva manera de ver, de decir más deprisa y más fuerte, una poética de lo elemental, una forma de utilizar el azar, un manifiesto panfletario, la negación, la destrucción, el juego, la búsqueda de la cuarta dimensión, el sueño y la realidad al mismo tiempo, la escultura de la luz y el lirismo del pensamiento hecho pintura. Acumular, saturar la obra, organizarla, darle ritmo y construirla, todo eso es lo que el collage ha sabido aportar a la historia del arte del siglo XX, como una manera de acercar el lirismo de la pintura a la vida.

Por todas estas razones, muchas de ellas recordadas en el excelente libro que en 1988 ediciones Skira público en Ginebra sobre el collage, me ha interesado la obra de Miguel Peña (Madrid 1951). Becado en repetidas ocasiones (Fundación Juan March, Ministerio de Cultura), Peña ha expuesto desde 1977 en diversos lugares del mundo, haciendolo en reiteradas ocasiones en Paris, Bruselas, Nueva York y en diversos lugares de la geografía hispánica. Su técnica es muy insólita aunque tradicional en lo que respecta al collage. Con toda clase de soportes a menudo reciclados, comienza construyendo una base con retales de papel, trozos de periodicos y otros elementos arquitectónicos. El paso del collage, propiamente dicho, a la pintura es su especialidad; delicadeza de tonos y manera personal de introducir el color, el lápiz, y el óleo en toda su construcción hasta que el collage propiamente dicho, casi desaparece, se integra en su propia obra y crea en el espectador una ilusión muy especial que no se hace realidad hasta que se acerca mucho a la obra de arte, suficiente para distinguir lo que es collage y lo que se ha transformado en pintura.

Ademas de la técnica, la obra de Miguel Peña tiene una iconografía muy propia, con arquitecturas de fuentes y personajes de inspiración romántica o clásica, a menudo desnudos, entrelazados o reflejando momentos de nuestra existencia rutinaria, una pintura abierta a la sexualidad, al erotismo sugerido y a todo aquello que tiene de irreal la vida cotidiana. Ambigüedad sexual, pero sobre todo construcción de un imaginario distorsionado con escenas abiertas y dislocadas, volúmenes articulados integrados en la composición, que crean una clase de teatro gigantesco, contundente y dramático en el cual la vida cotidiana, vuelvo a decir, trasciende lo que le rodea hasta evadirse. Para entender a Peña se ha de conocer al personaje, su taller de la calle Fuencarral; un ático donde pasa la mayor parte de su vida, en el centro de la ciudad. Vive fuera de la urbe, pero su vida artística son horas y horas en el taller, mirando sus cuadros, imaginando la integración de los restos en la pintura. Un taller lleno de obras clásicas picassianas de personajes y de objetos, de esculturas hechas con fragmentos y de pinturas que se van elaborando solas. A partir de retazos ensamblados la pintura se va haciendo sin la intervención del artista; éste la mira y la espera. La pintura aparece en la retina del creador. Entonces, él interviene y la obra, despues de semanas o meses, se acaba sola, hay que interpretarla, son las obsesiones del artista, sus distracciones, sus collages.

Algunos le han tratado de balthusiano, otros de metafísico porque en sus paisajes quieren ver a Carrá o De Chirico. No, no, Peña es Peña, con su composición siempre monumental, arquitectónica, su iconografía de hombres y mujeres desnudos con elementos mínimos de la vida cotidiana, una mirada al pasado y la imaginación del hecho irreal; horizontes lejanos y pintura cercana. Una pintura sin títulos, una pintura de interiores que abre la mirada hacia paisajes imaginarios. Una luminosidad dulce, unos movimientos pausados, un retorno al mundo mediterráneo y clásico. Parece mentira que con tan pocos medios el pintor pueda adquirir una grandiosidad insólita. Es la grandeza del collage, una técnica hoy rehabilitada en la obra de Miguel Peña.